LOS BESOS DE NERUDA
Cristóbal Guerra
Alguna vez, paseando por la entonces glacial y lluviosa Isla Negra, oímos una hermosa historia cuyo protagonista era el inmortal Pablo Neruda.
Segùn contaba una mujer del lugar, al poeta no había nada que le gustara tanto como aquella afición nocturna por lo enamorados que, enfiebrados y lujuriosos, se revolcaban a besos frente a su casa en forma de barco, mientras soltaban en la arena del Pacífico el potro desbocado de sus pasiones en desenfreno.
Entonce Neruda, asomado por la enorme ventana de su cuarto, gritaba con toda la fuerza de su garganta y sus pulmones, y con el acicate del vino y del whisky, la frase que más adoraba: "¡Viva el amor, viva el amor!".
Cuesta conseguirle parangón a semejante homenaje al amor y sus manifestaciones físicas, a menos que hablemos de cierto relato de Gabriel García Márquez (Peggy, dame un beso, es el título del ensayo), en el que Gabo recuerda un hotel de circunstancias ubicado detrás del colegio primario de sus hijos, en una pequeña y aún provinciana ciudad española de la que no cita el nombre en el escrito.
A aquel lugar de encuentros clandestinos y amores sigilosos llegaban los clientes, casi siempre hombres importantes de la comunidad pueblerina, en carros cuyas placas eran tapadas por los trabajadores del lugar para que no se conocieran las matrículas. Sin embargo, cuenta García Márquez que toda previsión era inútil, "en la vana ilusión de guardar secretos en una ciudad pequeña y murmuradora donde las cosas se sabían antes de que sucedieran".
El amor, con sus caricias y sus promesas, sus encuentros y desencuentros,es la misma historia del hombre, y no es posible desvincular la suerte humana en cualquier campo de la vida, de las pasiones amorosas. Goethe pensaba que la duda era el motor de la vida, pero el devenir del mundo ha demostrado que no ha sido la inceertidumbre, sino el amor, la turbina de la existencia. Bueno, tal vez el literato alemán nunca aclarara que esas dudas de las que hablaba eran las propias del amor inseguro e inasible.
Y en la Isla Negra chilena, como en el pueblo garciamarquiano, el beso ha sido protagonista y chispazo del encendido narrativo. Pocas cosas en el mundo no terminan en un final con beso, ni siquiera en la plaza Altamira en estos días de prohibiciones. El beso, así sea público, forma parte de la intimidad humana, de las complicidades cotidianas, y no puede haber reglamento ni ley que conozca la frontera de sus legalidades. La necesidad desborda a la moral, sobre todo si ésta es hipócrita y de doble faz.
Un ejercicio de imaginación nos puede llevar hasta Isla Negra y ver asomada a los ventanales nerudianos a la autora de la disposición antibeso. Allá abajo los enamorados comiéndose a caricias labiales, y ella, y ella, sin poder evitar su locura, ¿se atrevería a redactar su desafinado decreto? Y ni pensar en el pueblo español, porque los besos furtivos entre paredes hubiesen hecho baldío todo intento reglamentario.
No hay ciudad de este mundo donde los enamorados no hagan público su torrente interior en el manifiesto del beso; los novios, de vuelta a la espontaneidad, vuelven a besarse en las calles.
Y en poco tiempo, seguramente, la persistencia de los enamorados de la plaza Altamira dejará atrás al disparate... a punta de besos, seguramente.
Diario El Nacional. Cuerpo C, Cultura.
Domingo 2 de Noviembre de 1997.
NOTA: Cuando nuestra recordada y querida Miss Universo, Irene Saenz, ocupó la Alcaldía de Chacao, dictó un decreto donde prohibía a los enamorados besarse en las plazas y sitios públicos, bajo pena de multa o arresto proporcional. Tal medida causó revuelo en los medios de comunicación, a tal punto de que CNN produjo un reportaje para la TV.
Los tres últimos párrafos de este artículo aluden a las "medidas antieróticas" de la alcaldesa. De hecho, en la página completa del cuerpo C de Cultura, del mencionado diario, Rubén Monasterios denuncia en su artículo: "Irene contra el amor", el arresto de varias parejas, entre 21 y 24 años, encerradas por más de un día, por sus" manifestaciones demasiado afectivas" . Nèstor Caballero y Pedro LLorens completan la página con sus publicaciones adornadas de exquisito humor.
Muy original la redacciòn de Cristobal Guerra, el cual parte del tratamiento festivo conque Neruda y Garcia Márquez enfocan el amor en su apogeo pasional, en contraposición con una ley de castigo amatorio, que asombró a multitudes y encendió la polvora en las oficinas de redacción de los fablistanes venezolanos.